Los ricos pueden dar grandes sumas de dinero al tesoro del templo porque hace tiempo que lo vienen acumulando. Y pueden seguir acumulando con toda tranquilidad. Una limosna no cambia las relaciones sociales. Podrán seguir viviendo para ellos mismos.
Jesús, a la inversa, resalta la piedad de la viuda, que no piensa en sí misma, en su situación más que precaria en tanto mujer, ya de por sí desvalorizada en aquel entonces. Apenas pierde a su marido –y con él, su sustento diario– ella entrega todo lo que tiene a Dios, al que ama con todo su corazón y en quien pone humildemente su confianza en cuanto a lo que pueda ocurrir el día de mañana. En los hechos, la viuda ha realizado con su pequeño gesto un cambio radical en la situación. En lugar de acumular, dio.
Según el juicio de Jesús, esta mujer pobre, miembro de su pueblo, está aprobada porque obra de acuerdo a lo que él propone y hace: amor, justicia, misericordia, fidelidad, humildad (Miqueas 6,8 y Mateo 23,23). Y esta actitud solo es posible en esa confianza de la que está lleno su corazón.
“El mundo dice que el rico dio lo máximo. Pero, ¿por qué el mundo llega a esta conclusión? Porque el mundo evalúa solamente el dinero, pero Cristo ve la misericordia” (Søren Aabye Kierkegaard).
El Señor es mi fortaleza, al Señor es mi canto, él es nuestro Salvador, en él confío, no tengo miedo (de la liturgia de Taizé).